Es autor, entre otros libros, de La India por dentro. Una guía cultural para el viajero, que está agotado y se va a reeditar de nuevo dado el gran éxito y acogida que ha tenido. Dirige junto con su socio Dilip Jaiswal la librería y editorial Indica Books. http://www.indicabooks.com/
La brutal violación y asesinato de una joven
estudiante en Delhi por un grupo de rákshasas (demonios) hace unas
semanas desencadenó una gran ola de protestas por todo el país. Los medios de
comunicación internacionales han recogido este hecho y, como era de esperar, lo
han acompañado por evaluaciones paternalistas sobre la condición general de la mujer
en la India que, a mi entender, pecan en gran medida de superficialidad y de
juzgarlo todo con la mentalidad occidental actual (lo cual ocurre también con
las demás civilizaciones, como el mundo islámico, etc.).
Como llueve sobre mojado, y en España me
preguntan a menudo por “la condición de la mujer en la India”, querría
compartir con vosotros unos pensamientos, a sabiendas de que este es un tema
muy delicado que levanta muchas ampollas y pasiones en Occidente. Tengo el
privilegio de conocer bien dos mundos, y soy a menudo consciente de las
incomprensiones entre los dos.
Lo primero que llama la atención al ver
hechos como estos es el enorme precio que está pagando la India en su
modernización. Las normas de la cultura tradicional se aflojan cada vez más,
dejando a mucha gente en “tierra de nadie”. En concreto, muchos campesinos,
antes integrados en una cultura y forma de vida clara y con sentido (aunque,
evidentemente, muy dura en ocasiones), están siendo transformados en
proletarios sin raíces ni cultura. Y en esta “tierra de nadie”, un gran valor
que se está perdiendo a marchas forzadas es el respeto que la cultura
tradicional otorgaba a la mujer (y que aún se le sigue otorgando en muchos
ambientes).
Se habla a veces de la “desvalorización de la
mujer”, que viene de antiguo. Sí, esto es muy cierto, pero es sólo, en mi
opinión, la mitad de la verdad. Es imposible comprender la situación de la
mujer en la India sin comprender la ambigüedad, las dos caras, que la tradición
ha presentado en este tema. Teóricamente, la mujer está subordinada al hombre
(como en toda sociedad tradicional), pero sin embargo, en pocos lugares se ha
dado tanto valor a lo femenino. De esto testifica el hecho de que la Divinidad
se concibe a menudo como Diosa: la Diosa Madre, mucho más que como Padre; por
otra parte, toda divinidad masculina está acompañada de su “esposa”, que es
quien le da su energía (shakti), su capacidad de actuar. Por otro lado,
la mujer tenía y sigue teniendo un enorme poder en la familia, y la sociedad
india está formada por familias antes que por individuos. Una matrona india
es una de las figuras más respetadas en la sociedad.
La mayoría de las críticas que se hacen,
desde un punto de vista “feminista” que se ha vuelto el punto de vista
occidental “por defecto”, adolecen, a mi entender, de una gran incomprensión de
base: todo cuanto se diga se hace —así lo asegura el pensamiento de la India—
desde un cierto punto de vista; no hay un punto de vista absoluto, verdad o
error, bueno o malo, que sea definitivo e independiente del observador. Y aquí,
el observador pertenece a una cultura y el observado a otra. No se puede juzgar
a una sociedad con los valores de otra.
La sociedad tradicional india es lo que se
llama “orgánica”: se basa en valores comunitarios, donde priman los grupos
sociales (familia, casta = comunidad), y donde no se concibe al individuo como
tal, como ente independiente. Al contrario, el Occidente moderno se ha formado
reivindicando al individuo como ente en sí, libre y supremo, resistiéndose a
las presiones sociales. La nueva clase media india está a medio camino entre
estos dos polos, si bien dirigiéndose claramente del comunitario al
individualista. Así, la India se encuentra desgarrada entre dos sistemas de
valores opuestos.
En la sociedad tradicional, los individuos
tienen el deber de contribuir al bienestar de su familia y su comunidad;
en la moderna, los individuos tienen el derecho de ser felices más allá
de las presiones sociales. La “libertad” es el valor moderno supremo; el
“servicio” lo es de la sociedad antigua. Desde el punto de vista moderno,
“servicio”, “sacrificio”, suponen opresión; desde el punto de vista
tradicional, el nuevo concepto de “libertad” es en realidad esclavitud de la
persona a sus impulsos egoístas.
En cierta ocasión le preguntaron a mi mujer
(Árati Náyak): “¿No crees que la mujer india no es libre?”, a lo que contestó:
“Yo no entiendo ese concepto de libertad. Desde que nacemos, dependemos de
nuestra madre, de nuestro padre, de nuestra familia...” A las mujeres
occidentales suele parecerles terrible la condición de las mujeres en la India
y otros países, pero muchas se sorprenden al saber que a mi mujer le parece
terrible la condición de las mujeres en Occidente. La mujer tradicional no
quiere ser “liberada” por la modernidad, aunque a menudo su hija, educada según
valores muy distintos (las “English-medium schools” hacen furor en la India
actual), no quiera ya ser tradicional.
Sin embargo, la tradición antigua se
descompone a ojos vista, y a menudo deja un erial tras de ella. Una tierra de
nadie que es pronto ocupada por los valores en alza: el dinero y la satisfacción
inmediata de los deseos, que las normas antiguas mantenían a raya. Es así muy
cierto que han aumentado mucho las injusticias y el mal trato a las mujeres.
Cuando se pierde el respeto que se las otorgaba, a veces sólo les queda a las
mujeres el valor económico, sexual y práctico. En una economía crecientemente
monetaria, las mujeres no suelen controlar el dinero, la fuente moderna de
poder. Y la pobreza, el desraizamiento y el abuso del alcohol, cada vez más
extendido, extreman aun más la situación.
Otro cambio reciente (apoyado por el cine y
los medios de comunicación) es presentar a la mujer como “objeto de deseo
sexual”, algo que es extraño a la cultura tradicional, al menos desde ese punto
de vista. La sexualidad era encauzada antiguamente mediante los matrimonios
tempranos (algo espeluznante para la mentalidad moderna, que no se aflige tanto
sin embargo por la promiscuidad sexual de los adolescentes). Tampoco la India
antigua era puritana, como se ve fácilmente en su arte; parece que fueron los
musulmanes y los británicos quienes impusieron normas más rígidas. Ahora, con
los cambios recientes, la atención de los jóvenes (y no tan jóvenes) se dirige
cada vez más hacia el sexo, hasta llegar en ocasiones a la obsesión. Es sabido
que en las grandes ciudades (y especialmente en Delhi), en los autobuses, en la
calle, las chicas son acosadas a menudo por jóvenes que intentan tocarlas. De
las grandes megalópolis indias, las ciudades más “seguras” para las mujeres son
Chennai (antigua Madrás) y Kolkatá (antigua Calcuta): las ciudades más
conservadoras y tradicionales. Los enormes cambios a los que está sometida la
sociedad india la están haciendo pasar a grandes pasos del ideal antiguo, la
renuncia por el bien común (tyaga), al disfrute y la búsqueda de placer
(bhoga).
Con todo esto que antecede no pretendo atacar
los valores que rigen en Occidente, plenamente válidos en su entorno. Lo que siempre
me indigna es el impulso “misionero”, rémora de su historia, mediante el cual
Occidente pretende (casi exige) que todo el mundo se comporte igual que él, y sostiene
que su “religión” es la única verdadera: el famoso “siglo XXI”, que por lo
visto sólo puede ser de una manera.
Imaginemos que los medios de comunicación de
la India empezaran a publicar artículos y documentales sobre “la terrible
condición de los ancianos” en Europa: abandonados a menudo a su suerte por sus
hijos, recluidos en residencias donde sólo esperan la muerte, sin que la
sociedad los respete por su sabiduría ni les dé un papel que otorgue sentido a
su vida. Otro tanto se podría escribir sobre “la condición de los niños”,
creciendo en entornos familiares inestables y sin recibir a menudo el amor y la
atención que necesitan. Claro, si los criterios son asistencia hospitalaria,
medios económicos, buenas escuelas, etc., los países europeos nórdicos estarían
a la cabeza del mejor trato a los ancianos y a los niños; si el criterio es el
amor y un entorno afectuoso y de seguridad, el respeto y el sentido de la vida,
India estaría muy por encima.
Por otro lado —y esto lo reconocen muchos
periodistas—, el hecho de que haya habido una reacción de tal calibre a estos
hechos brutales es un signo de que la sociedad india es muy dinámica y quiere
luchar por resolver sus lacras. Lacras que tienen todas las sociedades, aunque
las propias suelen resultar mucho más invisibles que las ajenas.
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